ENRIQUE SEIJAS
HACE poco más de un año, en julio de 2008 concretamente, tuve la oportunidad de acompañar a un nutrido grupo de jóvenes israelíes y palestinos que, juntos, visitaron Granada y, dentro de ella, la Alambra de noche –favor que nos hizo María del Mar Villafranca para acceder al recinto pues éramos más de un centenar –, la mezquita del Albayzín – con un magnífico recibimiento por parte sobre todo del imán Abdulhasib Castiñeira– y el Ayuntamiento –donde los recibió la concejala María Dolores de la Torre– , además de hacer un recorrido por varios puntos de la ciudad incluido el casco histórico. Fue una experiencia impactante, sobre la que escribí, que me enseñó una extraordinaria verdad: aquellos jóvenes, como la inmensa mayoría de sus familiares y amigos, habían crecido en el odio a la otra raza, no se fiaban de sus compañeros de viaje la primera noche que durmieron fuera de sus casas pero en apenas cuatro días habían intimado de tal modo que ya no concebían la violencia sino apostaban por la colaboración, el diálogo y trabajar juntos por un futuro en paz.
Meses antes de aquello, el pintor David González ‘Zaafra’, buen amigo, había estado en Israel dos semanas para conocer el país y dibujar unos bocetos de cara a futuros trabajos –por cierto, tenemos pendiente uno conjunto sobre Jerusalén –, invitado por un grupo de personas que lo acogieron con extraordinarias muestras de hospitalidad. Visitó el pueblo de Menashe y regresó encantado por el impecable desarrollo que mostraba un municipio en el que todo se comparte entre árabes y judíos, desde la enseñanza hasta los cargos municipales, el trabajo de los artistas y las fiestas de comunidad; vio un monumento a la paz que habían hecho entre jóvenes de ambas etnias, comprobó cómo pasaban el muro varias veces al día sin control policial para regar los campos y se entusiasmó por el grado de entendimiento que mostraban en proyectos conjuntos sin que suponga handicap alguno la raza ni la religión. Una iniciativa ‘consentida’ por las autoridades, no autorizada, para valorar posibilidades. Recientemente mi también amigo Federico Zukierman se ha responsabilizado de dirigir en Madrid la asociación Círculo de Padres-Foro de las Familias, algo así como “la voz de la conciencia en el conflicto de Oriente Medio”; es una iniciativa formada por familiares de víctimas de la guerra permanente entre israelíes y palestinos, precisamente las personas que, por haber sufrido la pérdida de seres queridos a causa del terrorismo y las acciones bélicas, más proclives podrían ser a buscar y exigir venganza. Pero lejos de eso desarrollan actividades culturales, organizan conferencias, exposiciones, debates y encuentros en los que se busca la paz como objetivo último y prioritario, renunciando expresamente a la violencia y reclamando a los dos gobiernos, y a las potencias que los apoyan, que haya diálogo para convivir pacíficamente en la zona. Cuento todo esto para confirmar algo en lo que sin duda coincidimos la mayoría de quienes nada tenemos que ver con la tensión en Oriente Medio: la paz es posible si se deja a las personas de a pie, sin intereses ni cargos, acercarse al bando hoy contrario pero al que no consideran enemigo; pero no es posible mientras los políticos de uno y otro lado mantengan esa actitud de enfrentamiento que frena toda oportunidad de diálogo y cualquier movimiento pacificador, venga de donde venga.
La paz, pues, es una cuestión meramente política que, está demostrado, no interesa a una minoría mientras la mayoría clama por ella y estaría dispuesta a realizar sacrificios para alcanzarla. Sobre todo los más jóvenes.
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